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EL HOMBRE CASI LEONIZADO
I ESCALERAS
El señorito García de Minguel llegó fatigado al portal de su mugriento piso, si es que se podía llamar piso a esa vivienda con más metros cuadrados de basura y desorden que de casa. Apretó el botón del telefonillo 3ºB deseando no obtener respuesta, vivía solo, pero antes de atravesar el portal siempre llamaba por extrañas razones, que sólo el conoce y que ahora no merecen explicación.
El hombre casi leonizado después de esperar tiempo suficiente como para pensar que nadie había ocupado su casa en los catorce minutos y veintisiete segundos que estuvo fuera, empezó la tarea de encontrar las llaves, algo que había heredado de la familia de su madre. Como siempre, bolsillo delantero derecho del pantalón, delantero izquierdo, trasero derecho, trasero izquierdo, nada, algo que no le extrañó de ningún modo. Ahora, bolsillo derecho exterior del abrigo, izquierdo exterior, interior derecho e interior izquierdo, nada de nuevo, tan sólo el envoltorio de un caramelo de menta que había saboreado al salir de su piso. Esto ya no se lo esperaba, cosa que le hizo dudar acerca de lo que podía estar esperándole tras la puerta de su casa. Repitió el mismo procedimiento para encontrar las llaves pero fue en vano, desesperado y a punto de matar al primer caniche que viese, metió por tercera vez la mano en el bolsillo delantero derecho de los pantalones, donde en el fondo, más fondo que nunca, encontró las llaves, que después de haber deseado tanto, ahora las odiaba más que al caniche que habría asesinado si hubiese pasado bajo sus pies.
Tras la cargante tarea, abrió el portal, al fondo y a medida que avanzaba, observó el ascensor, pero por motivos más que suficientes, pisó el primer escalón.
Pensaba en, si había merecido la pena, la aventura de salir a la tienda de la esquina a por una barra de pan, y hacerse uno de sus clásicos bocadillos de macarrones con tomate Orlando tan deseados en días así. Inesperadamente, la luz de las escaleras parpadeó, cosa que hizo olvidar en lo que pensaba para centrarse en la, quizás, horrible razón por la que se había producido ese hecho. Se pegó a la pared de las escaleras cogiendo la barra de pan como arma, de la misma forma que había visto en las películas hollywoodienses. Tras una pequeña reflexión, subió corriendo los escalones que le faltaban de tres en tres, es decir, en tres saltos. Sin saber porqué se aventuro a abrir la puerta de su casa con la mayor velocidad posible y entrar con la mayor tranquilidad, sabiendo ahora, que ahí sólo había seguridad.
Una vez dentro del piso, tiró la bolsa que le habían dado en la tienda, y que no quería, al suelo. Fue a la cocina a dejar la barra de pan, y de paso, coger un estupendo banquete para que su estómago no protestase antes de llegar la hora de comer. Cogió una bolsa de patatas fritas que abrió de camino al servicio, único lugar limpio en la casa, y mientras comía patatas puñado a puñado, apuntaba como podía guiándose por el sonido, ya que desde sus ojos sólo podía contemplar como se iba vaciando la bolsa por momentos. Cuando salió del baño la bolsa de patatas fritas se había terminado. Volvió a la cocina para seguir con su festín, metió unas palomitas con mantequilla en el microondas que nunca había visto una balleta, y se fue al estante a coger el bol más grande de la casa, al abrir la puerta del armario, el bol elegido cayó de golpe en la cabeza del casi leonizado para dejar a este inconsciente por un buen rato.